No penseis que siempre ha sido así.
Antes, mi perra era la más pija y puritana mujer de la tierra. Con tan sólo oir hablar de sexo, se ruborizaba, cuando no se escandalizaba. Chupar polla le daba cierto asco y raras veces lo hacía, y de tragar semen, ni hablar (aunque esto último le sigue dando asco hoy por hoy). Los pelos crecían libremente en su coño, formando una voluminosa mata negra, ya que no se depilaba el pubis, aunque nunca ha sido muy peluda. El sexo había que hacerlo bajo las sábanas y a oscuras, o como mucho, con la lampara de la mesilla de noche. Por el culo, no le entraba ni el dedo meñique. Yo se lo veía de cuando en cuando porque, a fuerza de intentarlo, me fue dejando comerle el coño. Entonces yo, mientras ella se abría de piernas, echaba saliva en exceso en su coño para que fuera resbalando hasta su ojete. Cuando le metía los dedos en el coño, hacía que uno, despistado, comenzase a masajear su agujerito de atrás. Cuando iba a dar la estocada final ella se quejaba, decía que por ahí no, que le dolía, y no había nada que hacer. Con cada quejido suyo yo me ponía más cachondo porque me encantaba la idea de sodomizarla mientras ella gritaba de placer y dolor... pero llegado un límite desistía en mis intentos por miedo a que ella rechazase el sexo y me quedara casado y sin poder mojar.