Mi mujer, la perra


No penseis que siempre ha sido así.

Antes, mi perra era la más pija y puritana mujer de la tierra. Con tan sólo oir hablar de sexo, se ruborizaba, cuando no se escandalizaba. Chupar polla le daba cierto asco y raras veces lo hacía, y de tragar semen, ni hablar (aunque esto último le sigue dando asco hoy por hoy). Los pelos crecían libremente en su coño, formando una voluminosa mata negra, ya que no se depilaba el pubis, aunque nunca ha sido muy peluda. El sexo había que hacerlo bajo las sábanas y a oscuras, o como mucho, con la lampara de la mesilla de noche. Por el culo, no le entraba ni el dedo meñique. Yo se lo veía de cuando en cuando porque, a fuerza de intentarlo, me fue dejando comerle el coño. Entonces yo, mientras ella se abría de piernas, echaba saliva en exceso en su coño para que fuera resbalando hasta su ojete. Cuando le metía los dedos en el coño, hacía que uno, despistado, comenzase a masajear su agujerito de atrás. Cuando iba a dar la estocada final ella se quejaba, decía que por ahí no, que le dolía, y no había nada que hacer. Con cada quejido suyo yo me ponía más cachondo porque me encantaba la idea de sodomizarla mientras ella gritaba de placer y dolor... pero llegado un límite desistía en mis intentos por miedo a que ella rechazase el sexo y me quedara casado y sin poder mojar.




Lo que se comenzó como un intento ocasional de intentar algo por la puerta de atrás del cuerpo de mi mujer, pronto se convirtió en una obsesión. Yo no disfrutaba ya de la postura del misionero e intentaba insistentemente penetrar su ojete, lamer desde más abajo cuendo le comía el coño para saborear su ano y... "por ahí no!!" decia la muy puta. Acababa de follar frustrado y caliente, yo quería llenarle la cara de semen y que lo disfrutara, y lo que realmente pasaba era que terminaba de follar y parecía que ella me hubiese hecho un favor.


Un día me cansé de mendigar sexo y decidí que no me la iba a follar más. ¡¡Que se jodiera!! A mí eso no me gustaba, yo tenía dinero suficiente como para pagar cien putas y que me hicieran lo que les mandara, aunque la puta que yo queria que se dejase hacer la tuviera en casa, preparándome la jodida comida cada día y planchando mis jodidamente elegantes trajes del trabajo. En el fondo yo sabía que no me podría aguantar, pero tenía que tensar la situación lo más posible, como última esperanza de que ella se convirtiera en la zorra que yo sabía que llevaba dentro.


Aguanté y aguanté, y me pasé sin tocarla meses. En la cama, besos pero nunca sexo, y cuando me empalmaba, me giraba al otro lado para que no me viese y me mordía los labios para resistirme a un polvo mediocre. Supongo que ella se comenzó a preguntar que pasaba e intentó averiguar como provocarme. Lo comentaría con sus amigas, o no, el caso es que me la suda, pero un día me la encontré planchando en ropa interior, cuando llegué del trabajo. Cada poco rato, una prenda se le caía al suelo y ponía el culo en pompa para cogerla, orientándolo hacia la mesa, de manera que no me quedaba más remedio que verla ya que yo estaba allí sentado comiendo. Estaba (aún lo está) jodidamente buenísima la muy perra. A pesar de que llevaba unas bragas color carne por debajo de las tetas, muy propias de su estilo puritano, se me puso dura debajo del pantalón al poco rato. La vi mirarme y noté que se había dado cuenta, y sonreía. Me levanté, me puse la americana y le susurré: "eres una puta". Me di la vuelta y me marché al trabajo, con la mano en el bolso del pantalón para disimular lo empalmado que estaba. Llegué al curro, y antes de que pasaran cinco minutos estaba en el servicio cascándome una paja, pensando en mi puta, mi zorra, su culo, y más en concreto en su ojete. Lo que yo no sabía es que ella, después de que yo la llamara puta, se había mordido el labio en un claro gesto de deseo y se había sorprendido a sí misma tocándose por encima de la braga, tanto que, en cuanto yo cerré la puerta, se había tenido que ir a masturbar pensando en lo que había pasado...



Continuará...

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